Afganistán. El frente olvidado
En 2001 en el marco de la guerra global
contra el terrorismo, Estados Unidos invadió Afganistán, en manos del régimen
extremista talibán. Derribado el régimen islamista, fue reemplazado por un
endeble gobierno afgano, sostenido por los millones de Estados Unidos y sus
socios. Años de caos y violencia, dejaron al país a merced de señores de la
guerra. Errores políticos, la presencia de santuarios islamistas en Pakistán,
facilitó el crecimiento del movimiento talibán, que ha prosperado sin ninguna
duda, por el alto nivel de analfabetismo y aculturización que padece el país.
Trump y su torpe política exterior, ha dejado a este país en una delicada
situación, donde el proceso de paz, no es más una excusa para que los talibanes
tomen el país y lo vuelvan a sumergir en la edad de piedra.
Por
Jorge Alejandro Suárez Saponaro
Director
de Diario El Minuto.
En
2001, el llamado país de la insolencia, fue invadido por una coalición liderada
por Estados Unidos, que terminó con el régimen talibán. No cabe duda que la guerra
contra el terrorismo, fue una gigantesca maniobra geopolítica de la Casa
Blanca, para controlar puntos estratégicos, rodear a dos rivales de Estados
Unidos, China y Rusia. Afganistán fue
escenario de conflictos entre grandes imperios, teniendo especial valor para
Rusia en su momento, dado que era la plataforma para las aguas cálidas del índico.
La derrota luego de la intervención militar soviética, dejó Afganistán en el
caos. El dinero saudita, las armas y entrenamiento de Estados Unidos, ayudaron
a que los endurecidos combatientes islamistas se hicieran con el poder. En el
Norte del país, la llamada Alianza del Norte, de la mano del legendario
comandante Massud, resistía al régimen extremista talibán, que redujo al país a
la Edad Media o peor. Monumentos históricos, sitios arqueológicos fueron
destruidos, las mujeres condenadas a vivir miserablemente. Ejecuciones
públicas, atroces, donde los condenados eran amputados, o colgados hasta morir.
Generalmente este tipo de espectáculos siniestros se hacían antes de los
partidos de fútbol.
Occidente,
llegó con su dólares, pero años de caos, violencia, marcaron al país, quedando
en manos de señores de la guerra con el control de muchas provincias, que
continuaron con sus oscuros negocios y haciendo la vida miserable a la gente.
Los talibanes, se replegaron y desde los santuarios en Pakistán, se
fortalecieron, gracias al tráfico de drogas, la extorsión y los impuestos.
Muchos toleraron el orden de terror de los talibanes, al establecer un marco de
seguridad, que en muchos puntos del país, el endeble gobierno afgano, surgido
en 2004, apenas podía hacer algo, sin el apoyo de la ISAF o International Security Assistance Force,
la misión internacional de estabilización y las fuerzas de la OTAN que le daban
sustento. Afganistán es un país con una
geografía montañosa, con muchas poblaciones aisladas, escasas comunicaciones,
agregándose las diferencias tribales y étnicas. Los miles de millones de
dólares se los llevaron los líderes corruptos afganos, la burocracia internacional
y el enorme despliegue de la OTAN. No
cabe duda que Pakistán, con su política de tolerancia hacia los talibanes,
generó serios contratiempos, agregándose la falta de instituciones y una
sociedad cooptada por la violencia y la ignorancia. La corrupción endémica, ha impedido que las
fuerzas policiales sean eficientes, a pesar del gran apoyo internacional, como
de las Fuerzas armadas afganas. Son en el fondo, cáscaras vacías. En un informe
realizado en Estados Unidos por el Inspector General de de Reconstrucción de
Afganistán, consideró que la paz es un objetivo muy lejano aún. Los talibanes, no cumplen con ninguna de las
promesas de paz, sino que suben la apuesta y los ataques terroristas se han
incrementado sustancialmente. No cabe duda que la decisión del presidente
Trump, tras un acuerdo con los Talibanes en Doha, Qatar, de retirar las tropas
de Estados Unidos, alimentó las esperanzas de este movimiento de imponerse por
las armas, siendo las negociaciones de paz una mera cortina de humo. Las fuerzas afganas dependen de 18000
contratistas privados, que permiten que sus sistemas de abastecimiento,
sanidad, mantenimiento y adiestramiento, funcionen, además de brindar apoyo en
materia de planificación de operaciones. Los 10.000 soldados de la OTAN, entre
ellos más de 2500 de Estados Unidos, tienen un rol importante en apoyo a las
operaciones antiterroristas. El apoyo de
los donantes internacionales, es vital para la supervivencia del endeble
gobierno afgano, cuyo presupuesto de US$ 80.000 millones, el 80% proviene de
apoyo externo. En dos décadas, no hubo
una estrategia clara para que el país, que tiene un gran potencial en minería,
gas, energía hidroeléctrica, pueda despegar y tener un mayor grado de autosuficiencia
económica. Los índices de desarrollo
humano siguen siendo los peores del mundo, añadiéndose que las zonas
controladas por los talibán, la situación de educación y salud es desastrosa.
El fanatismo religioso, impide que niñas y mujeres reciban asistencia médica,
con el consecuente incremento de la mortalidad infantil y en los partos.
La
Casa Blanca nunca tuvo una estrategia clara en el atolladero afgano y marginó
actores regionales clave, por cuestiones políticas, especialmente Irán, Rusia,
China, India y Pakistán. En este último caso, sus servicios de inteligencia han
sido los grandes patrocinadores de este movimiento. Los negocios vinculados con
el opio y el tráfico de drogas, generan según expertos un volumen de ingresos
superior a US$ 1500/3000 millones, dinero más que suficiente para que
estructuras corruptas sostengan a este grupo, que garantiza la seguridad de la
producción y transporte de narcóticos. El negocio del opio, según estudios
especializados, genera empleo a 600.000 personas en Afganistán. En 2014, Estados Unidos lanzó una operación
contra las plantaciones de opio, sin mucho éxito. La capacidad de recuperación
de cultivadores como de los laboratorios para producir heroína, se recuperó
rápidamente. Washington, debe entenderse
con los actores regionales, pero razones políticas impiden que existan canales
de diálogo por ejemplo con Irán o Rusia. Pero el problema afgano, tiene un actor, que
es posiblemente uno de los grandes generadores de los males que padece
Afganistán. Es el caso de Pakistán. Este país siempre buscó tener influencia en
Afganistán y evitar cualquier escenario de entendimiento con India. Nueva
Delhi, apostó a un acercamiento con Kabul, para reducir la influencia de su
enemigo histórico paquistaní. Las
inversiones indias suman nada menos que US$ 3.000 millones, por eso la
situación en Afganistán, tiene impacto regional. El gobierno indio ha realizado
fuertes inversiones para reducir la dependencia de la economía afgana de
Pakistán, financió la construcción de carreteras, edificios de gobierno, complejos
hidroeléctricos, equipo militar, además del interés por proyectos económicos. Un
eventual triunfo de los talibanes en Afganistán, puede crear un santuario para
grupos radicalizados que pueden operar en India, especialmente en la
conflictiva Cachemira. Esto es fuente de
preocupación para el gobierno del primer ministro Modi, y convierten a esta
potencia asiática en un actor a considerar en el atolladero afgano.
El
fracaso de las fuerzas occidentales en Afganistán para terminar con la
insurgencia y el terrorismo, obedece a muchos factores, entre que ellos que la
batalla cultural que debería haberse librado, para restar apoyo de la población
a los fanáticos talibanes, nunca fue librada. Los ocupantes poco y nada
hicieron para erradicar el narcotráfico, que ha permitido consolidar
estructuras capaces de corromper políticos, policías, y financiar grupos
armados que les dan seguridad para sus oscuros negocios. La ocupación extranjera, nunca trajo la
esperada paz, y pronto, quienes aplaudieron la llegada de Estados Unidos y la
OTAN, fueron los primeros en pedir su expulsión. Políticamente ha sido más que
difícil, explicar a la opinión pública de Estados Unidos como de los socios
europeos desplegados en Afganistán el costo en vidas humanas. 2500 soldados del Tío Sam murieron, más 1.200
de soldados de la OTAN. Las pérdidas
civiles desde la invasión de 2001, se estima en más de 30.000 y las fuerzas
armadas y de seguridad, como señaló el presidente afgano Ashraf Ghani en 2019,
suman 45.000.
La
cáscara vacía, que es el gobierno de Kabul, apoyada por Estados Unidos, permitió el
regreso de los talibanes, que operan en todo el país. Cuestiones culturales,
han facilitado incrementar su base social, y gracias a una estrategia definida
y financiamiento permanente, además de recursos humanos siempre disponibles, le
permitieron al movimiento talibán año tras año, expandir su influencia y
mantener una activa campaña terrorista. Se estima que unos 1700 atentados se
llevan a cabo todos los años. Esto ha
ocasionado unas 10.000 muertes. La
administración del presidente Obama, impulsó en un primer momento el incremento
de la presencia extranjera, que llegó a 100.000 efectivos, luego siendo
reducida dramáticamente, por razones políticas. Obama, un gran orador y buen
político en materia de política doméstica, resultó ser un profundo desconocedor
de geopolítica y relaciones internacionales. Los fiascos de Irak y Afganistán
son pruebas evidentes. Pareciera que
Estados Unidos en sus aventuras militares, tropieza con la misma piedra, como
en Vietnam. No tiene estrategia clara y los objetivos cambian según la
administración de turno en la Casa Blanca.
La guerra de Irak de 2003, distrajo medios militares y económicos, que
hubieran servido para pacificar Afganistán. Naciones Unidas tuvo serios
problemas para articular una política de reconstrucción con agencias
internacionales y ONG, además de las limitaciones impuestas por los estados
donantes. En Afganistán se perdió tiempo
valioso y muchos miles de millones de dólares, que beneficiaron a elites
corruptas, contratistas de defensa y seguridad, que han hecho jugosos negocios
para sostener el gran despliegue militar de la OTAN en dicho país.
La
presencia militar que requería Afganistán, distaba mucho de lo que era
necesario. Amplias zonas rurales
quedaron fuera de control. El Departamento de Defensa de Estados Unidos consideró
que serian los afganos que debían liderar el proceso de pacificación con
asistencia internacional. Ante la ausencia de fuerzas de seguridad e
instituciones, los Estados Unidos financiaron jefes tribales y señores de la
guerra, sin tener en cuenta sus antecedentes, y el alto riesgo que implicaba
ello. No entendieron, que gracias a la brutalidad de estos personajes, los
talibanes con sus promesas de gobierno honrado y seguridad, se impusieron. Esto
derivó en diversos problemas, en primer lugar, el gobierno central, carecía de
poder real, dado que este residía en los señores locales; los afganos mejor
preparados para poder liderar la nación, se vieron frustrados, dado que los
males de siempre subsistían con la ocupación y para la población local, poco
había cambiado, sino más bien la violencia por el control de rutas de la drogas
y el mercado negro estaban a la orden del día.
Entre 2003-2005, hubo avances, que permitieron la construcción de un
gobierno nacional, elecciones y la creación de instituciones luego de décadas
de caos. Los artífices de esto fueron el embajador de Estados Unidos Zalmay
Khalilzad y el general Barno. La estrategia contraterrorista de eliminar focos
de insurgencia, por medio del mecanismo de “búsqueda y destrucción” fue
reemplazada por una de contrainsurgencia, donde era prioridad crear anillos de
seguridad en las poblaciones civiles. Esto generó mejoras, agregándose que
ambos funcionarios trabajaban de manera coordinada. En 2005, Estados Unidos
transfirió la seguridad del país a la OTAN, desmantelándose la estructura
integrada de reconstrucción, quedando descentralizado en mandos regionales, con
una nación líder. La urgencia de Irak, trasladó importantes recursos militares
de Estados Unidos que eran de sumo valor para la seguridad de Afganistán.
La
ISAF decidió extender su influencia en la zona sur, controlado por la población
pastún, la etnia mayoritaria del país y de donde provienen los talibanes. En
las provincias de dicha región, estaban importantes cultivos de opio. Desde la
invasión, la zona era relativamente tranquila.
El Reino Unido asumió la responsabilidad de ocuparla con la ISAF. La
ofensiva que tuvo éxitos, provocó una violenta reacción de grupos tribales,
cuyos jefes temerosos de perder los privilegios del cultivo de opio, juntaron
fuerzas con los talibanes, hasta ese momento un movimiento marginal. La ISAF lanzó nuevas ofensivas, lideradas por
tropas británicas, canadienses, holandesas y estadounidenses, pero su victoria
fue parcial, dado que las fuerzas afganas no eran capaces de sostener la
presencia del estado. La población temerosa de las represalias de los
talibanes, mantuvo una postura favorable a estos, dado que sabían que la
presencia de la ISAF siempre era temporaria. Era frecuente que los afganos
vieran con resignación como los terroristas eran expulsados, para luego
regresar semanas después. La misión internacional carecía de medios suficientes
para ocupar zonas recuperadas y promover programas de reconstrucción.
La
estrategia del general Barno, de reducir al mínimo las bajas civiles, fue
reemplazada por otra de búsqueda y destrucción del general Einkenberry. Las
bajas civiles subieron dramáticamente, con los llamados daños colaterales. La
población comenzó a ver que la ISAF como el gobierno de Kabul, eran incapaces
de brindar seguridad adecuada. Los
sucesores McCrystal y Petraeus, intentaron modificar este esquema, pero demasiado
tarde. El presidente afgano Karzai, protestó abiertamente ante Naciones Unidas,
al inicio de la administración Obama por las bajas civiles en operaciones de
contrainsurgencia, seguramente para tener cierto apoyo en la población afgana. No cabe duda que los responsables de la
conducción de la guerra, no tuvieran una visión integral del problema. No
vieron la cuestión política, especialmente para poner en evidencia que los
responsables de la desgracia del país, eran los talibanes. La dependencia excesiva del apoyo aéreo por
parte de las fuerzas especiales, facilitaba de alguna manera, los daños
colaterales. Nadie pensó en trabajar con la población directamente e
involucrarla en la lucha antiterrorista, como se hizo en Argelia o en la
Emergencia Malaya en los 50, cuando los británicos hábilmente desactivaron la
poderosa insurgencia comunista. Los
constantes cambios de estrategia, la poca atención a buscar una base social
amplia para sostener el régimen de Kabul, abrió las puertas, para que muchos
cansados de violencia, se olvidaran de los horrores del emirato durante el
régimen talibán, y vea a este movimiento, como un mal menor o un mal necesario
para el caos afgano. Además existe un
contexto social, en un país con el 75% que viven en zonas rurales y no hay
escuelas. Por ejemplo, el país cuenta con 7.000 escuelas que existen solo en el papel, dado que no
cuentan con edificios donde funcionar y lo maestros, están muy mal pagos. Es
mejor ser chofer de una ONG internacional, que ser docente. La miseria, la
violencia, la falta de perspectivas, y la ignorancia, favorecen que muchos
jóvenes terminen en el terrorismo, de la mano de los talibanes u otras
organizaciones. Las fuerzas gubernamentales afganas como milicias pagadas por
la CIA, ayudan a la falta de confianza por parte de la población del gobierno
central, dado que no han estado exentos de atrocidades, similares a los
talibanes. El país está en círculo vicioso de violencia que pareciera no tener
fin.
Estados
Unidos se apoyó casi exclusivamente en su superioridad tecnológica y una vez
más cuestiones de política interna, se impusieron en la estrategia afgana. Los
ataques “quirúrgicos” siempre resultaban con grande daños a propiedades
civiles, incrementando la ira de estos contra Estados Unidos. Los santuarios en
Pakistán, facilitaban la recuperación de los terroristas, unido a la negativa
de Islamabad, de aceptar cualquier represalia sobre su territorio (dado las
consecuencias políticas de ello y la creciente influencia de islam radical en
la sociedad). En 2010, el gobierno de
Obama dio luz verde a negociar con los talibanes. Se intentó implementar un
programa de desmovilización con incentivos económicos que fue un fracaso. El movimiento talibán, sabe que Afganistán es
un castillo de naipes sostenido por la ayuda internacional. En 2009, solo un puñado de provincias tenía
gobiernos normalizados, el resto eran autoridades interinas en manos de señores
de la guerra, líderes tribales o caudillos que gobernaban como si fuera su
propio feudo. La insurgencia está presente en casi todo el país, teniendo una
fuerte presencia en el sur y en la frontera común con Pakistán.
El
movimiento talibán no es el único que tiene presencia en el país, sino también,
entidades como ISIS o al Qaeda, tienen bases de reclutamiento. Esta última
organización tiene estrechos lazos con el movimiento talibán, la relación es de
vieja data, dado que al Qaeda, facilitó entrenamiento, dinero y una base
ideológica a los talibanes que salían de las escuelas islámicas de los campos
de refugiados en Pakistán. Los acuerdos
entre Estados Unidos en Doha con los talibanes, nada dicen de este vínculo,
dado que es posible que algunos “iluminados” en Washington quieran usar al
grupo Al Qaeda para actuar en áreas de interés iraní, como Siria o Yemen. ISIS,
opera en Afganistán y se estima que son unos 2000 miembros, pero el temor esta
que el país, en medio de una situación de caos, sirva de campo de entrenamiento
para terroristas y sus ligazones con grupos extremistas que operan en Asia
Central. No cabe duda que droga y
miseria, unido ausencia de instituciones estatales, abren las puertas para que
grupos siniestros como ISIS tengan dinero y reclutas siempre disponibles. Este grupo en mayo de 2020, asaltó una maternidad
en Kabul asesinando a niños y sus madres. Esto pone en evidencia de la gravedad
que este grupo, prospere, además en un país fronterizo con una potencia
nuclear, Pakistán, siempre con una estabilidad política que camina por la
cuerda floja.
El
repliegue de Estados Unidos, acelerado por la administración Trump y su torpe
política exterior, es visto por muchos afganos, como un signo de abandono.
Muchos ven a los talibanes como los posibles nuevos amos del país y para evitar
represalias por parte de este movimiento, en un hipotético triunfo, prefieren
estar del lado de los posibles ganadores y muchos engrosan las filas de la
insurgencia. Esto ha sido un serio dolor de cabeza para reclutar gente
confiable en las fuerzas militares y policiales afganas, además de las
cuestiones étnicas. Los expertos ven con
preocupación que pueden hacer 2500 soldados de Estados Unidos, para hacer
frente a la escalada de violencia en Afganistán. La llegada de Biden a la Casa Blanca,
pareciera que hay cambios. El gobierno al parecer prefiere mantener fuerzas
especiales, destinadas a dar golpe estratégicos y eliminar la conducción
terrorista, como los casos Abu Bakr Al-Baghdadi, líder del genocida ISIS, en noviembre 2019, Qassim Al-Rimi, lider de
AQAP en febrero de 2020, Sayyaf al-Tunsi en septiembre de 2020 y Khaled
al-Aruri de al-Qaeda en junio 2020.
China
irrumpió en el escenario afgano, con un plan de cooperación con Estados Unidos
para entrenar fuerzas de seguridad afganas. La región autónoma china de
Xinjiang Uigur, limita con Afganistán. Es sabido que el islam radical ha
ingresado en ese territorio, especialmente por la dura represión cultural del
régimen chino. A través de métodos
implacables y enviando a decenas de miles de uigures a “gulags” chinos, se ha frenado
la instalación de grupos radicalizados, en el medio de un escándalo
internacional, dado las graves violaciones de derechos humanos que ello
implica. El triunfo de los talibanes, es
un tema para la seguridad nacional china.
El
movimiento talibán, no es confiable, su agenda es la toma del poder, imponer la
dictadura que llevó al país al umbral de la miseria y seguramente convertirlo,
en un nuevo santuario para el extremismo y terrorismo. Esto afecta directamente
la seguridad de Asia Central, donde China y Rusia tienen intereses claros, al
propio Irán, y hasta la propia India. Las tensiones con la minoría musulmana
son crecientes, agregándose el tema de Cachemira. Una plataforma como
Afganistán en manos de un régimen radical, abre las puertas para que muchos
encuentren un refugio seguro y base de desestabilización. Los talibanes suben
la apuesta eliminado periodistas, activistas de derechos humanos, políticos
opuestos al plan de paz. Busca poner
contra las cuerdas al gobierno de Kabul. Estados Unidos, es el gran responsable
de este caos, sus líderes se debaten como salir del atolladero afgano de la
menor manera posible, pero esto abre las puertas a situaciones mucho más
conflictivas.
La paz
con los talibanes es imposible, no hay concesiones sobre lo que pide el
gobierno de Kabul sobre el estatus de la mujer, que haya elecciones y la
situación de las fuerzas militares y de seguridad. El gobierno de Biden, con la crisis COVID 19,
las tensiones con China, la crisis con Irán, Rusia, y la reconstrucción de
lazos con los Aliados, degradado por la administración Trump, colocan al
avispero afgano en segundo plano. La
única salida es un compromiso de la comunidad internacional e impedir que el
país se convierta en un paraíso para la yihadistas y terroristas de cualquier
pelaje. Esto requiere que actores regionales como Arabia Saudita, Rusia, China,
Irán, India y Pakistán, formen parte de distintos canales de diálogo, para
buscar una salida que permita al régimen de Kabul, sobrevivir y evitar males
mayores, para el llamado País de la
Insolencia.
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